Friday, December 14, 2007

El retrato de Oscar Wilde

Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde nació en Dublin el 16 de octubre de 1854, hijo de un famoso oculista, excéntrico y mu­jeriego y de una ardiente nacionalista irlandesa, que escribía artículos y poemas de inflamado patriotismo. El poeta William Yeats (1865-1939), su amigo, comentó que la personalidad de Wilde sólo se podía entender poniendo la mira en el ambiente fa­miliar: frente al extravagante desaseo de su padre, el escritor siem­pre hizo gala de un cuidado exquisito en el vestir; frente a los escándalos amorosos de su padre, que tanto apesadum­braron a su madre, el hijo mantuvo una pose de indolencia.
Wilde se sentía mucho más identificado con su madre: tenía su misma dignidad y compostura y de ella heredó una generosidad sin límites, su pasión por la ele­gancia expresiva y su afición a los vestidos suntuosos y poco usuales, actitudes que bien podrían explicar en parte sus actitudes sexuales.
Los años de formación los pasó en la Escuela Real de Portera (entre 1864 y 1871), y luego en el Trinity College de Dublin (desde 1871 hasta 1874). Entusiasta de las lenguas clásicas, rehuía las cien­cias. Su tutor del Trinity College le inculcó el gusto por la an­tigüedad clásica y con él haría dos cruceros por el Mediterrá­neo, uno a Italia y otro a Grecia. El arte de la conversación, su inclinación por la sociedad noble y su postura de snob en­contraron en Wilde el terreno propicio. Con un premio en forma de beca empezó la carrera en la universidad de Oxford, en donde orientó su pasión hacia el esteticismo en las artes y la belleza.
Dos fueron los maestros cuya personalidad y escritos influyeron a Wilde: el escritor, crítico de arte y sociólogo británico John Ruskin (1819-1900), y el escritor e historiador del arte inglés Walter Horatio Pater (1839-1894). Ruskin sostenía que la pintura, como el arte en general, es un lenguaje noble y expresivo, cuya misión principal es la de edificar al observador; que el grado de edificación consti­tuye, a su vez, la escala por la que ha de medirse tanto el arte como el artista y que, por lo tanto, la belleza sólo surge y ha de apreciarse como producto de lo bueno y de lo puro y sólo un hombre bueno puede ser un artista verdaderamente im­portante.
Si para Ruskin todo lo bello tenía su origen en lo bue­no, Pater partía de la idea de que el concepto de belleza es re­lativo y estudiaba los efectos que la obra de arte operaba en el observador. Por ello analizaba las distintas impresiones, en cuya percepción consiste la tarea del crítico de arte, llegando a la conclusión de que su formación crece a medida que va afinando su sensibilidad a aquellas impresiones.
Aparte de la estética, otra faceta empezó a destacarse en el carácter de Wilde: la capacidad para calcular fríamente y la habilidad para los negocios, ambas al servicio de su ansia de aplauso, que necesitaba no sólo para satisfacción personal, sino también para subsistir.
Wilde se presentó al mundo como profesor de estética y arte, título que él mismo se había conferido. Se estableció en Londres y empezó el enfrentamiento con la sociedad in­glesa, con ese poder que en los quince años siguientes le al­zaría al triunfo para más tarde hundirlo en la miseria y en el olvido. Esa sociedad fue tanto su adversario como su aliado. Poco a poco, el autor se fue dando cuenta de que dicha sociedad sólo estaba dispues­ta a tolerarlo si la entretenía, de que la forma más fácil de en­tretenerla era divertirla y de que la mejor manera de divertirla era ponerle un espejo ante el rostro y burlarse de ella.
Con el tiempo se estableció entre Wilde y la sociedad de su época una relación dialéctica: cuánto más la celebraba el escritor, más se burlaba ella de él, hasta que por fin ésta se vengó y lo aniquiló. Pero eso ocurrió quince años después; antes Wilde le estuvo haciendo la corte para que lo aceptase: tuvo que esta­blecer amigos, relaciones sociales y trato con famosos actores para mostrar su ingenio. Pero su ansiado éxito no llegaba ni tampoco los in­gresos seguros.En junio de 1881 apareció su primera antología poética y en diciembre emprendió un viaje de conferencias a Estados Unidos que duraría un año. La invitación no se debió a su fama de poeta sino a su renombre de apóstol del esteti­cismo, pero esa invitación halagó sus ambiciones y le ofrecía ventajas económicas. Con el dinero ganado en Norteamérica se pudo permitir un viaje de tres meses a París, aunque allí no tuvo éxito.
En 1883 regresó a Londres y comenzó de nuevo a buscar una base material para su existencia. Lo primero que consiguió fue un viaje de conferen­cias por las provincias inglesas, en las que habló de los mismos temas que en su viaje norteamericano. A partir de 1885, tras fallar­le las gestiones para ser nombrado inspector de en­señanza, colaboró regularmente como crítico en varias revis­tas, y aceptó el encargo de dirigir y renovar la revista mensual "Lady's World", la que, según rezaba en un editorial, "debería convertirse en el órgano unánime de la opinión de la mujer sobre todos los aspectos de la literatura, el arte y la vida moderna y, al mismo tiempo, debería ser una revista que los hombres pudieran leer con pla­cer". Esa experiencia duró dos años, pues en octubre de 1889, Wilde abandonó la dirección y un año más tarde la revista desapareció.
En 1884 se casó con Constance Mary Lloyd, hija de un consejero de la reina y la dote de ella permitió a la pareja vivir en un lujo relativo. La mentalidad burguesa de sus suegros mantuvo muy lejos a la familia del nuevo pariente. Wilde, a pesar de todo, fue un buen padre. Mimaba a sus hi­jos Cyril y Vyvyan, jugaba con ellos y les contaba historias del fondo inago­table de su imaginación. Se conoce poco sobre el distanciamiento de Wilde de su esposa, una mujer sin sentido del humor, pero segura y fiel. "A mí me mataba de aburimiento la vida matrimonial", confesó Wilde alguna vez. La necesidad de amoldar su vida al ritmo de la de otras personas, la monotonía del hogar y la falta de estímulos intelectuales no iban de acuerdo ni con su espíritu ni con su temperamento. También resulta difícil es­tablecer la época en la que empezó a sentirse atraido por los amigos. Parece que surgió después del nacimiento de su segundo hijo en 1886, primero como una atracción espiritual y más tarde física. La amistad de Wilde con lord Alfred Douglas (1870-1945), Bosie, se alimentó de jugueteos con pasiones prohibidas, del an­sia de novedades, de estímulos constantemente renovados, de excitaciones estéticas y de inspiración poética.
En 1890 publicó la que sería su única novela: "The picture of Dorian Gray" (El retrato de Dorian Gray), en la que un joven agraciado dedica su vida de eterna juventud a la búsqueda cada vez más intensa de la belleza, de las ale­grías sensuales, del vicio y del crimen, a la vez que su doble, un retrato, va registrando las huellas que deja esa vida. La belleza y la juventud de su amigo Bosie fascinaban a Wilde, y tam­bién el hecho de que fuese de familia noble (era hijo del marqués de Queensberry). Aunque Wilde tenía necesidad de la presencia de su joven amigo, pi­dió a su madre encarecidamente a finales de 1893 que lo enviase unos meses al extranjero: "Me parece que el estado de salud de Bosie no es bueno. Duerme mal, está nervioso y bas­tante histérico. Me parece que ha cambiado mucho. Su vida actual sin meta alguna parece trágica y dolorosa". Pero lo que movía a Wilde en este caso no era sólo la preocupación por el estado de salud de su amigo, sino también el deseo de escri­bir un drama para el que ya había firmado un contrato: "An ideal husband" (Un ma­rido ideal). La amistad con Douglas coincide con el periodo más productivo del autor. Antes de hacerse amigos habían apa­recido cuatro relatos: "The Canterville ghost" (El fantasma de Canterville, 1887), "The happy prince" (El príncipe feliz, 1888), "Lord Arthur Savile's crime" (El crimen de lord Arthur Savile, 1891) y el ya citado "El retrato de Dorian Gray", pero en 1891 publicó la colección de ensayos, "Intentions" (Intenciones), la colección de cuentos, "A house of pomegranates" (La casa de las granadas) en la que sigue hablando de amor y belleza, pero ahora enlazados con el amor, el pecado y la crueldad, y los dramas "Lady Windermere's fan" (El abanico de lady Windermere, 1892), "A woman of no importance" (Una mu­jer sin importancia, 1893) y "Salomé. A tragedy in one act" (Salomé. Una tragedia en un acto, 1894) con ilustraciones del genial ilustrador inglés Aubrey Beardsley (1872-1898). En estas obras aparece la figura del inconformista, el que no acepta las leyes establecidas, se siente culpable, sufre por el menosprecio de la sociedad y termina aceptando sus leyes, elementos a los que se agregaría la burla hacia esa sociedad en "The importance of being Ernest" (La importan­cia de llamarse Ernesto,1895).
Los primeros relatos de Wilde ya contenían el material fun­damental que más tarde iría apareciendo en todos sus cuentos y comedias: la acción siempre se desarrollaba en las capas más altas de la so­ciedad. Si en algún caso había una incursión en las capas bajas, éstas siempre aparecían desde la óptica de las capas más altas. Siempre aparecía la nobleza, tan elegante como aburrida, a la que podía tener acceso algún artista, o incluso un norteamericano, sobre todo si era rico. Los personajes, por lo general, eran figuras anodi­nas, gente hermosa pero estúpida.
A todo esto, Wilde había intervenido en una querella en que padre e hijo, el marqués de Queensberry y lord Alfred Douglas, esta­ban enzarzados por razones familiares y personales. El mar­qués le dejó a Wilde una nota en la que lo acusaba de sodomita. Wilde entabló una demanda contra Queensberry y la reacción inmediata de la opinión pú­blica se puso de parte del padre que quería defender a su hijo de la nefasta influencia de un amigo de duosa moral y le condenó. Esta con­dena alcanzó tanto al hombre como al artista: se retiraron sus obras de los carteles y sus libros de las librerías. Además, el 25 de mayo de 1895 la justicia lo condenó a dos años de trabajos forzados. Wilde, a diferencia de su amigo, no aprovechó el pe­riodo del proceso para abandonar Inglaterra. Pero la noche que salió de la cárcel abandonó Inglaterra para no volver, se pe­leó con los pocos amigo fieles por lo mal que habían llevado sus asuntos y no volvió a escribir, excepto "The ballad of Reading gaol" (La balada de la cárcel de Reading, 1898), escrito en Berneval, Francia, muy poco después de salir de prisión, y publicado anónimamente en Inglaterra. Es un poema en el que retrata la dureza de la vida en la cárcel y la desesperación de los presos, con un lenguaje bello y cadencioso. Quizá no fue la prisión la que destrozó al artista, sino el escándalo que lo aisló. Wilde pasó el resto de su vida en París, bajo el nombre falso de Sebastian Melmoth. Allí, y de la mano de un sacerdote irlandés de la Iglesia de San José, se convirtió al catolicismo el 30 de noviembre de 1900, poco antes de morir de meningitis en el "Hotel d'Alsace".